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Creer que algo era seguro

  • Foto del escritor: Mari Sh
    Mari Sh
  • 13 oct
  • 1 Min. de lectura

A veces te convences de que ya estás a salvo.


De que por fin tienes algo firme, estable, tuyo.


Crees que esa persona, ese lugar o esa etapa no se va a mover, que esta vez sí puedes bajar la guardia y respirar tranquila.


Y entonces, sin previo aviso, todo se tambalea.


Las palabras cambian, las actitudes se enfrían, lo que era claro se vuelve confuso.


Y te quedas ahí, mirando cómo lo que dabas por seguro empieza a resquebrajarse entre tus manos.


Duele. Duele porque habías apostado desde la calma, no desde el miedo. Porque esta vez sí lo sentías diferente. Y sin embargo, vuelve a pasar: el suelo tiembla, y tú intentas mantenerte en pie mientras todo alrededor parece moverse.


Con el tiempo aprendes que nada ni nadie es del todo seguro. Que la vida es cambio, y que incluso lo más bonito puede tener un final inesperado.


Y aunque eso asusta, también libera. Porque entiendes que la única seguridad real está dentro de ti. En cómo te sostienes cuando todo lo demás se derrumba.


Porque al final, la estabilidad no se encuentra en lo que tienes ni en quien te acompaña, sino en tu forma de reconstruirte cada vez que el mundo vuelve a temblar.


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