Ese vacío que te deja sin fuerza
- Mari Sh
- 13 oct
- 1 Min. de lectura
Hay vacíos que no duelen con lágrimas, duelen con silencio.
Con ese escalofrío que recorre el cuerpo y te deja las manos flojas, como si de repente todo dentro se apagara.
No sabes exactamente por qué, solo sientes que algo falta. Que algo dentro de ti se rompió o se vació, y no sabes cómo volver a llenarlo.
Intentas distraerte, hablar, reír, ocupar la mente… pero el vacío sigue ahí, esperando a que lo mires.
Y cuando por fin lo haces, da miedo.
Porque no es solo tristeza, es una sensación física, profunda, como si te hubieran apagado desde adentro.
Es el tipo de dolor que no se ve, pero que pesa.
Te deja sin energía, sin ganas, sin palabras. Te sientes fuera de lugar incluso dentro de tu propia vida.
Y lo peor es que nadie parece notarlo, porque por fuera sigues siendo “tú”.
Ese vacío no siempre tiene una causa concreta. A veces simplemente llega, después de tanto sostener, de tanto callar, de tanto guardar lo que no sabes cómo decir.
Y aunque parezca que nunca va a irse, pasa. No de golpe, no mágicamente, pero pasa.
Un día el escalofrío se va haciendo más leve, las manos dejan de temblar y el cuerpo vuelve, poco a poco, a sentirse tuyo.
Porque incluso en ese vacío tan hondo, sigues estando ahí. Aunque no lo parezca, sigues latiendo.
A veces el vacío no avisa, pero también enseña que incluso en el silencio seguimos existiendo.






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