Kintsugi: aprender a mirarnos en nuestras grietas
- Mari Sh
- 24 sept
- 1 Min. de lectura
Siempre me ha fascinado el arte japonés del kintsugi: esa manera de reparar la cerámica rota con oro, resaltando sus grietas en lugar de esconderlas. Lo que antes fue una herida, se convierte en belleza. Lo que parecía irreparable, encuentra una nueva vida.
Y pienso… ¿no somos un poco así las personas? Cuántas veces nos rompemos por dentro: una pérdida, un rechazo, un fracaso, un amor que no salió como esperábamos. Nos quedamos mirando las grietas como si fueran defectos que debemos ocultar, como si mostrarlas nos hiciera menos valiosos.
Pero en realidad, esas marcas hablan de nuestra historia. Nos recuerdan que seguimos aquí, que hemos atravesado momentos que pudieron derrumbarnos y, aun así, seguimos de pie. Y aunque no siempre lo veamos, cada cicatriz guarda una lección, un aprendizaje, una semilla de fuerza que quizá todavía no reconocemos.
Para mí, el kintsugi es un recordatorio de que la perfección no existe, y que lo verdaderamente hermoso es lo auténtico. No necesitamos tapar lo que nos duele ni aparentar que nunca nos hemos roto. Al contrario: podemos mirarnos con ternura, aceptar nuestras partes más frágiles y, poco a poco, aprender a rellenarlas de oro con amor propio, con paciencia y con fe en que lo vivido también nos transforma.
Al final, no somos menos por nuestras grietas. Somos más. Más humanos, más reales, más completos.






Comentarios