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No hace falta llegar a la cama para que duela

  • Foto del escritor: Mari Sh
    Mari Sh
  • 2 oct
  • 1 Min. de lectura

Siempre pensamos en la palabra “cuernos” como algo físico. Como si la traición solo empezara cuando alguien se acuesta con otra persona. Pero la verdad es que a veces no hace falta llegar tan lejos para que duela.


Basta una actitud.

Un mensaje a escondidas.

Una complicidad que no compartes conmigo.

Una mirada que se alarga demasiado.

Ese interés disfrazado de “nada” pero que lo cambia todo.


Porque la infidelidad no siempre está en el cuerpo, muchas veces empieza mucho antes: en la intención, en la falta de respeto, en elegir compartir lo que debería ser nuestro con alguien más.


Y sí, puede que otros lo vean como exagerado, pero cuando lo sientes sabes que algo se ha roto. Porque la confianza no se quiebra solo en una cama, se quiebra en los detalles que dejan claro que ya no soy tu prioridad, que ya no estoy en el lugar en el que debería estar.


No hace falta que me engañes con un acto “grande” para que duela. A veces, la herida empieza en lo más pequeño.


Al final, ¿no es infidelidad todo aquello que rompe el acuerdo implícito de cuidarnos?


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